Tras la tempestad, la vida

 

Por: Miguel Alfonso Sandelis      

Primer Campeonato Nacional Máster de Triatlón, 7 de mayo de 2023

 Los del equipo nacional cerraban su competencia. Los másteres esperábamos ansiosos. Los conos, los racks, las cajas, las señalizaciones, la boya, los árbitros, la meta, todo estaba listo en la tierra y en el agua, pero en el cielo no. Fue justo al partir para la natación cuando se desató el vendaval y todo se volvió lluvia, viento, frío...

 El sueño se aplazó, pero solo por una semana, porque las ganas eran tan grandes, que no cabía más espera.

 Tras una inmensa luna llena, como para aquietar los ánimos, el nuevo domingo amaneció y la lluvia de atletas sin edades fijas volvimos a caer sobre la Marina Hemingway. Allí ya estaban entrenando los del equipo nacional, y llegamos nosotros sedientos de kilómetros.

 Vino entonces el marcaje, las bicis colgadas, las cosas a la cajita, los gorros a la cabeza y a andar aquellos 750 metros por pavimento o hierba, para luego tirarnos al agua y esperar el pitazo de arranque en un ambiente tan rico, que algún extraño tal vez no imaginaría el preludio de una competencia.

Comenzó a andar el reloj y a multiplicarse las brazadas. El canal se nos hizo estrecho. Y aquel barco a medio hundir, como huella del vendaval; y aquella boya anaranjada a lo lejos, que se acerca y se acerca para el bando de gorros verdes, amarillos y azules; y el sol espléndido, como si aquella fuera otra Marina, tan distinta a siete días atrás.

 

Ya trotan lo primeros sobre la alfombra azul, quitándose los gorros a la par que buscan las bicicletas. Va ocurriendo la transición, algunos a la ligera y otros que se traban en quitar y ponerse. Ya se llena la pista de saetas rodantes que van y vienen, pedaleo tras pedaleo; y aquel tramo de ida con un maldito viento en contra; y aquel tramo de vuelta como halados, con los piñones al mínimo; y la rotonda como la puerta que cambia el viento.

 

Algunos van en tándem, otros pedalean solos y ensimismados, pero todos con la voluntad de compañía, cada cual con su ritmo. Y como si no hubiera competencia, cuando se cruzan, se alientan, con un movido mar al costado observándolo todo.

 Ya hay bandera roja levantada para el primero, para el segundo y para el tercero…, para soltar las bicis y correr y correr, y ese maldito viento en contra cuando vas, que te renueva cuando vuelves.

 Y es entonces cuando el sol, de oportunista, se crece en su altura, justo cuando el cansancio se alza sobre cada pierna levantada. El sudor semiescondido se desata entonces, olvidado el cuerpo ya del refresque del agua. Y una vuelta para allá y otra para acá, y una para allá y otra para acá.

 Es entonces cuando aquellos muchachones, los del alto rendimiento, los mejores de hoy, se olvidan de sus ansias, de sus deseos de hacer equipo para el evento, de su competitividad, y esa fibra humana que el deporte teje, les sale a relucir en cada vaso de agua que nos brindan, en cada refresco, en cada frase de aliento, con una sencillez tan solidaria y natural, que es imposible no dejar escapar una sonrisa entre la mueca del cansancio, porque el agradecimiento no necesita más.

 Así, pasan los kilómetros finales de la sudorosa marea humana que a esa hora somos los triatlonistas. Así, llega el primero entre azules banderas por meta, y el segundo y más. Se hace raro ese momento de llegada, en que el ser, al borde de la extenuación, es el mismo al borde de su clímax. ¿Cómo cansancio y alegría se pueden fundir al son de la victoria? –más allá del lugar–, porque es la victoria de la voluntad, de los días de entrenamiento, de la meta fija, del objetivo logrado.

 Hay un premio material –si se le puede llamar– vestido de unos plátanos maduros y unas tajadas de mango, tan exquisitas porque llevan la mejor sazón del mundo: la del hambre. Lo que sí no es material es la casi ternura del que te lo lleva a la mano, sabiéndote al extremo de tus fuerzas.

 Ya llegan aquellos jóvenes pujantes, aquel medio tiempo incombustible, aquellas muchachas novatas y estoicas, aquella veterana de siempre. Y ya viene aquel último, acompañado por quien se olvidó del cansancio propio para trotarle al lado, para hacerle compañía, para acercarle la meta con su humano apoyo. Ya llegan todos al convite de victoria, porque ganaron todos. Y la premiación no es tal, sino fiesta, porque la amistad tejida con esfuerzo no admite recelos a esa hora. Y se olvidan los porqués de cada uno, para brindar por los de todos.

 Así fue de festejo esta jornada. Fundidos entrenadores, árbitros, comisionado, atletas, organizadores, activistas y acompañantes, cerramos una mañana alargada con la recogida de todo y nos despedimos con un hasta pronto y un grupo de WhatsApp de por medio, para exteriorizar emociones y “cueros”. Ganó el triatlón, ganó el deporte, ganamos todos. ¡Ganó la vida!

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