Un homenaje a Martí en la Maestrica de los Libertadores
Por Miguel Alfonso Sandelis
Al sur del pico La Bayamesa, en plena Sierra Maestra, se levanta un grupo montañoso conocido como la Maestrica de los Libertadores, cuyas cumbres tienen nombres de héroes mambises. En el año 2000 un equipo de investigadores, junto a guías de Flora y Fauna, recorrieron la intrincada zona en uno de los últimos intentos por encontrar el carpintero real. En el año 2008 el grupo de excursionismo Mal Nombre colocó un busto de Carlos Manuel de Céspedes en la cima de La Bayamesa y quedó con las ansias de incursionar en la Maestrica.
Veinte años transcurrieron para que volviera la huella del hombre a plantarse sobre el agreste suelo de la Maestrica y fue precisamente Mal Nombre quien penetró en la zona con un objetivo: colocar placas alegóricas a José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez en los picos que llevan sus nombres. En aquella ocasión, la escasez de caminos y el apretado tiempo permitieron colocar solo la placa en el pico Maceo, el más cercano a La Bayamesa.
Motivados por cumplir nuestros propósitos, los malnombristas volvimos a la carga a finales de 2022. El atraso del viaje en dos días nos permitió solo colocar la placa sobre el pico Martí, pues no nos daría tiempo a llegar al más alejado pico Gómez; y menos mal que conseguimos los pasajes en tren, porque las gestiones estuvieron bastante tensas dada la época del año, cuando se mueve mucha gente entre provincias. Finalmente, la ida sería el día 23 de diciembre y el regreso el 29.
De una llamada a la base de transporte de Guisa para coordinar una guarandinga desde este poblado hasta el pobladito del Oro, supe que a la una de la tarde del día 24 saldría una guagua con delegados del Poder Popular. Llamé entonces al primer secretario de la UJC provincial en Granma y se hizo la coordinación. Los demás detalles organizativos los vimos mediante un grupo de WhatsApp conformado por los malnombristas que iríamos a la guerrilla.
Viernes, 23 de diciembre de 2022
A las cinco y media de la tarde llegué a la terminal de La Coubre. Allí ya estaban Amalia, Kamila y Andrés, estos dos últimos nuevas incorporaciones de la Universidad de La Habana; Kamila de Derecho y Andrés de Cibernética. Un poco después llegaron David, Yanieyis y Osmani. Gabriela, otra nueva malnombrista de Derecho, llegó en un carro con su mamá y su novio Alejandro Armando. Gabi se apareció sin carné de identidad y tuvo que partir de regreso a su casa a buscarlo. Un poco después se aparecieron Rovic y otra chica de estreno en Mal Nombre, Marian, estudiante de Economía.
Por esa hora, ya oscureciendo, nos dimos cuenta de que no teníamos cemento para poner la placa en el pico Martí, pues los encargados de conseguirlo no lo habían logrado. Llamamos entonces al Cadete, quien vivía cerca de La Coubre, para que nos consiguiera un poco, y al poco rato se apareció su cuñado con una jabita de nailon con cemento cola. Llamé entonces a Mary; al preguntarle a la ingeniera civil por ese tipo de cemento, me tranquilizó diciéndome que seca rápido y no necesita arena ni piedra.
Como teníamos dudas de que el cemento donado por el cuñado del Cadete alcanzara, Amalia llamó a su tío y le pidió más. Este le dijo que tenía en su casa en el Vedado y llamamos entonces a Gabi para que pasara a recogerlo al regreso de su casa en Playa. Al poco rato llegaron Gabi, Alejandro y la mamá de Gaby con medio saco de cemento del tío de José Julián y Amalia.
Cuando rectificábamos los pasajes en el salón de la terminal, llegó de última Dayana, también de estreno y de Derecho. Los restantes participantes en la guerrilla serían Adrián, sus hijos “sue-cubanos” Alice y Víctor, y un amigo sueco llamado Anders, quienes irían en un camión botero y se nos unirían en Bayamo.
Antes de pasar al andén de La Coubre, reenvasamos todo el cemento en jabitas en el propio salón de la terminal. Como nos sobraba bastante, dejamos una parte con la mujer que controlaba la entrada al salón, para que se lo diera al cuñado del Cadete, a quien le avisamos. Subimos entonces al tren y nos ubicamos todos en un mismo coche. A esa hora supimos que el piquete de Adrián ya había partido en un camión.
A las siete y veinte (justo en hora) partió el tren rumbo al oriente de la Isla. Unos minutos después la ferromoza del coche se presentó a los pasajeros, nos dijo lo que podíamos y lo que no podíamos hacer, y más tarde nos vendió una merienda de pan con jamón y refresco. Luego, cada cual sacó la comida que llevaba y aseguramos así a nuestros estómagos. A las once de la noche las luces del coche se apagaron.
De noche en el coche del tren.
Sábado, 24 de diciembre de 2022
Por la madrugada no hubo frío. Temprano en la mañana me pidieron hacer los grupos de cocina y los organicé poniendo a David de jefe de uno, a Rovic de otro y a Amalia del tercero. En ese tiempo José Julián y Kamila estuvieron despachando para preparar el trabajo de la FEU en la Universidad de La Habana en el próximo curso escolar. José era el presidente de la FEU de la UH y Kamila, miembro del secretariado. A la par, la ferromoza nos vendió otra merienda.
A las nueve y diecisiete de la mañana llegó el tren a la estación de Las Tunas y nos bajamos los malnombristas. Caminamos hasta el aledaño parque desde donde salen transportes para varios destinos y al momento nos subimos a un camión con rumbo a Bayamo, a 150 pesos por persona.
A las nueve y treinta y dos partimos de la ciudad de Las Tunas, yendo todos sentados. El viaje se fue haciendo bastante demorado, lo que nos ponía en tensión, pues a la una de la tarde debíamos estar en Guisa para coger la guarandinga que nos debía llevar hasta El Oro. Entre las cosas que pasaron en largo tiempo de viaje en el camión estuvo un irracional debate con Rovic, quien afirmaba que Mbappé tiró mejor los penales que Messi en la final del Mundial de Fútbol, porque tuvo enfrente a un mejor portero. A consecuencia de nuestra larga conversación, una mujer se molestó y dijo que se sentía tensa porque su mamá tenía cáncer. Después, la mujer concilió con el grupo.
En el camión de Las Tunas a Bayamo.
A las doce y tres minutos llegamos a la terminal de Bayamo y allí nos encontramos con el piquete de Adrián, quienes habían pasado la noche de trashumantes en la ciudad. Con ellos, el grupo sumaba dieciséis guerrilleros. Casi de inmediato nos montamos en una guagua Diana, que partió rumbo a Guisa.
A la una menos cinco llegamos a Guisa. Yo me bajé en la terminal para averiguar por la guarandinga que nos llevaría a El Oro, mientras la tropa siguió en el camión hasta el parque principal del pueblo. En la base de transporte aledaña a la terminal solo estaba el custodio porque era sábado y ya pasaba el mediodía. Bajo un respetable sol, salí entonces corriendo para el parque, ubicado a varias cuadras de donde estaba, olvidándome de mi cojera y la muleta.
La guarandinga llevaría a los delegados que estaban sesionando en asamblea. La sede del Poder Popular estaba a una de las cuadras del parque, pero la asamblea se estaba realizando por el policlínico, según nos dijeron, y para allá partimos cargando con las mochilas.
Caminamos como cuatro cuadras, entramos al policlínico y allí nos dijeron que el local donde se reunía la asamblea se encontraba una cuadra más arriba. Al llegar al lugar, la asamblea ya se había terminado. Hablé entonces con la primera secretaria de la UJC municipal y después con el presidente de la asamblea. A este último le insistí en la importancia de que una guarandinga nos recogiera el miércoles 28 en El Oro, al regreso de la Maestrica. Él me dijo con seguridad que, si nos llevaban, nos recogían. Como solo nos quedaba esperar por la guarandinga, sacamos las provisiones que habíamos comprado durante el viaje e improvisamos una merienda, porque el hambre ya nos acosaba.
Casi al terminar de merendar, comenzaron a subir delegados en el transporte, que era un camión Maz 500 con una caseta de guagua detrás. Cuando terminaron, nos permitieron subir a los malnombristas. También se montaron algunos lugareños que iban para las zonas que atravesaría la guarandinga en su recorrido. El transporte arrancó con buena carga humana encima y rodó hasta parquearse frente al Gobierno municipal, donde estuvo un rato detenido, hasta que a las dos y veinte partimos rumbo a El Oro.
La guarandinga recorrió calles de Guisa hasta dejar detrás el poblado siguiendo la ruta de un largo terraplén. En mis años de guerrillero, el trayecto desde Guisa hasta El Oro es una de los viajes más tortuosos que he hecho, por lo demorado, lo accidentado y lo incómodo de los transportes serranos. Los paisajes que el trayecto ofrece son hermosos, pues la serranía, las arboledas y los ríos son suficientes atractivos a la vista del viajante, pero ello no compensa los sinsabores del largo viaje.
En el largo y tortuoso viaje en la guarandinga.
En una pendiente el chofer detuvo el carro y algunos nos bajamos, pero arrancó rápido y solo yo pude montarme. A pesar de los gritos de que había dejado a gente en la vía –incluyendo a José Julián–, el chofer solo detuvo el transporte encima de la loma, unos cientos de metros distante de dónde quedó la gente, obligándolos a subir la pendiente a pie. Cuando los caminantes llegaron, el chofer les soltó una refriega y José Julián le respondió, entablándose una discusión en la que también intervino Rovic; entonces, yo tuve que interceder para apaciguarlos, no fuera a ser que “el tipo” quisiera dejarlos botados allí. La misión que llevábamos era más importante que una discusión de ocasión, más allá de la pesadez del chofer.
A las cinco y treinta y nueve de la tarde llegamos a El Oro y nos asentamos en la amplia explanada del terreno de pelota para redistribuir los bultos de comida y ponernos la ropa adecuada para caminar. En medio de nuestro alistamiento se apareció Yamila, una mujer que vivía en Pino del Agua Abajo –nuestro destino de la jornada– cuando visitamos la zona para poner la placa en el pico Maceo. En aquella ocasión ella nos brindó toda su ayuda y establecimos una sentida amistad con ella. Yamila supo de nuestra llegada a El Oro porque su hija vio a David y lo reconoció de una foto de aquella ocasión. La religión cristiana había calado profundamente en Yamila y nos habló de una misión que tenía por aquella zona.
La redistribución de los bultos permitió descargar a Anders, quien llevaba en su mochila una buena cantidad de latas de carne. A las seis y doce minutos partimos de El Oro, cuando ya anochecía. De este modo, hicimos el trayecto de unos tres kilómetros loma arriba, hasta Pino del Agua Abajo, en la oscuridad de la Sierra, alumbrados con las linternas que llevábamos.
A las siete y dieciséis llegamos a nuestro destino. Allí nos recibió Alcibíades, el padre de la hija de Yamila, quien nos brindó su cocina para que elaboráramos el tiroteo de esa noche. El primer grupo de cocina, con David al mando y las contribuciones de Anders y Yanieyis, preparó arroz, carne en salsa con pollo ripeado y jamón, además de refresco. Alcibíades completó el menú regalándonos un cubo lleno de naranjas dulces y mandarinas. A las nueve y pico formamos el tiroteo y pasadas las diez nos acostamos con los estómagos llenos y un frío de respeto en aquel alejado paraje de la Sierra Maestra.
Domingo, 25 de diciembre de 2022
En el Pino del Agua Abajo. De izquierda a derecha, Sandelis, Adrián, Alcibíades, Osmani y David.
Tras la severa frialdad de la madrugada, le di el de pie a la tropa a las cinco y media, ayudado por la alarma del móvil de Marian, pues el mío se había quedado cargando toda la noche en la casa de Alcibíades. Los del grupo dos de cocina, con Rovic y Adrián de protagonistas, y conmigo de ayuda, preparamos el desayuno. Este se retrasó un poco porque a Adrián se le cayó en la candela el agua para preparar la leche con chocolate que nos recetamos en el menú mañanero. Finalmente, yo preparé la leche y los demás alistaron unos panes y unas galletas con dulce de guayaba, a lo que se agregó las consabidas churrupias. A la par del desayuno, Amalia y Yanieyis prepararon la redistribución de los bultos de comida y los repartieron.
A las ocho y media partimos de Pino del Agua Abajo. Comenzamos a ascender la recia pendiente que lleva hasta Pino del Agua Arriba, y en un primer entronque un grupito se fue por la izquierda erróneamente y atravesó una aguada. Yo les caí atrás y desde el otro lado de la aguada le dije a Rovic que regresaran si el trillo no volvía a cruzar la aguada hacia el lado donde yo estaba. Pero Rovic no me hizo caso, creyendo que la cruzaría más adelante, hasta que les tuve que caer a gritos y por fin volvieron. Con Rovic andaban de perdidos José Julián, Amalia, Víctor y Osmani. Se concretó así la primera pérdida de la guerrilla.
En el mismo entronque de la confusión, David se dio cuenta de que no llevaba su reloj y regresó al caserío de Pino del Agua Abajo. En el caserío, por mucho que lo buscó, no lo encontró, pero finalmente lo halló en su propia mochila, es decir, bajó en vano.
A las nueve y treinta y siete llegamos a un pequeño llanito sombreado por majaguas y allí hicimos un alto. La última vez que estuvimos en el lugar, dos años atrás, había banquitos de madera, pero ya no quedaban ni rastros de estos. Después de reagruparnos y descansar, seguimos la marcha loma arriba.
Llegamos a un pinar donde había un entronque. El trillo de la izquierda bajaba hasta una aguada, pero lo nuestro era seguir subiendo. El camino hizo un faldeo por la derecha, desde el cual tuvimos una buena vista de las montañas cercanas. Después giró a la izquierda y pasamos entre una vegetación tupida y húmeda, siempre en ascenso, hasta detenernos en otro pinar, donde un cartel nos convidaba a hacer un descanso, y lo hicimos cuando mi móvil me anunciaba que faltaban dos minutos para las once. Marian venía subiendo con asma y Osmani y yo regresamos a ayudarla.
Después del descanso, continuamos el ascenso y pasamos junto a un pequeño mausoleo que recordaba el lugar donde cayó combatiendo un soldado del Ejército Rebelde.
A las doce menos cinco llegamos al firme de la Maestra y nos volvimos a detener. Allí terminaba la gran pendiente. Por la derecha, aunque con el camino cerrado, se llegaba a Manguito, pero nuestra ruta sería la del claro camino de la izquierda.
Luego del descanso, seguimos avanzando. Pasamos el entronque por el camino que baja por la derecha rumbo a Nuevo Mundo y más adelante nos detuvimos en el panteón alegórico a los combates de Pino del Agua Arriba, cuando ya eran las doce y veinte. Allí nos tomamos unas fotos e hicimos el correspondiente tiroteo de maní.
En el panteón de los combates de Pino del Agua Arriba.
A la una y doce minutos salimos del panteón para comenzar a avanzar por el allanado camino que lleva hasta la base del pico La Bayamesa. En menos de una hora de andar por un firme anegado en pinos y con bellas vistas hacia ambos lados, llegamos a un entronque. El camino de la izquierda nos llevaría a la base de La Bayamesa, pero nuestro destino inmediato era la placa de concreto del antiguo campamento El Nueve, ubicado a escasas decenas de metros del entronque. El lugar, utilizado como campamento base en las guerrillas de los años 2008 y 2020, nuevamente cumpliría esa función para una tropa malnombrista.
Luego de despejar un poco de hierbas el lugar a machete limpio, comenzamos a levantar las tiendas de campaña. Rovic y Osmani se fueron en bajada a aclarar la senda que lleva hasta un arroyo cercano, mientras David y el resto de los integrantes de su grupo de cocina comenzaron a realizar las labores culinarias. Yo me entretuve en abrir un espacio a machete en bajada para acceder a unas matas de naranjas. Ya abajo, me trepé en un par de matas y logré una buena cosecha del sabroso cítrico, ayudado por José Julián, quien las recogió al caer. De vuelta a la placa, organizamos una distribución de modo que a cada uno del grupo le correspondían cuatro naranjas. Por la pesquisa de Rovic y Osmani supimos que el arroyo tenía poca agua.
A las cuatro y treinta y cuatro de la tarde José Julián, Adrián el cibernético y yo partimos del campamento rumbo al pico La Bayamesa. En nuestras espaldas llevábamos una buena carga conformada por 24 litros de agua y todas las jabas de cemento. El plan era dejar ese cargamento en la cima de La Bayamesa para poder cargar más agua desde El Nueve el día siguiente, pues en esa jornada debíamos acampar en plena Maestrica de los Libertadores sin abastecimiento de agua.
El trío cargador de agua y cemento junto al busto de Céspedes, en penumbras, en la cima del pico La Bayamesa.
La caminata del trío cargador hasta la base de La Bayamesa fue esforzada, y llegamos a las cinco y trece. Lo más exigente fue la subida al pico, por sus altas pendientes. José Julián se fue delante, yo le seguí a paso lento, pero sin hacer descansos, y Andrés fue haciendo altos más seguidos. Yo llegué a la cima a las cinco y cuarenta y ocho, detrás de JJ, y poco después se apareció Andrés. Con un gran esfuerzo derrochado, la tarea ya estaba hecha, pero no debíamos demorarnos porque la noche y el frío a aquella altura se nos venían encima. Luego de tirarnos unas fotos junto al monumento a Céspedes –con un busto incluido–, que pusimos los malnombristas en el año 2008, y echarle un vistazo al amplio panorama de la Sierra Maestra que se nos abría en la altura, en el que resaltaba un incendio forestal en una ladera hacia el noreste, iniciamos la bajada cuando las sombras del anochecer comenzaban a apoderarse de la montaña y mi móvil marcaba las seis y nueve minutos.
El descenso lo hicimos bastante rápido, gracias a ir en bajada y a no tener sobre nuestros hombros el fuerte peso que cargamos en la subida. A las seis y media llegamos a la base de La Bayamesa, ya de noche, y seguimos la marcha en la oscuridad, alcanzando el campamento justo a las siete.
Un poco después de nuestra llegada, formamos el tiroteo de arroz, carne en salsa y refresco. Después de llenarnos y con el frío arreciando, solo un poco después de las nueve nos acostamos, pues en la nueva jornada debíamos despertarnos temprano.
Lunes, 26 de diciembre de 2022
En la madrugada no hubo rocío, aunque no se sintió viento fuerte, pero estábamos en diciembre, cuando la humedad es más baja. A las cinco y media le di el de pie a la tropa. El frío, al despertarnos, estaba para tiritar. El grupo de Rovic preparó un desayuno a base leche calentada y galletas con dulce de guayaba.
El plan para el día era que saliera delante un grupo de macheteros, para subir a La Bayamesa, adentrarnos en la Maestrica y empezar abrir camino rumbo al pico Martí. En el campamento se quedaría el resto de la tropa cocinando el arroz de esa noche, aprovechando el agua del arroyo de El Nueve, para después partir.
Todos debíamos llevar una aceptable carga de agua, pues no volveríamos a abastecernos hasta nuestro regreso a El Nueve, que debía ser al día siguiente por la tarde-noche. Ocultos en las cercanías del campamento dejaríamos los bultos que no nos harían falta en la Maestrica.
A las siete y diez partimos seis macheteros: Rovic, Osmani, David, José Julián, Anders y yo. Con buen paso, recorrimos el ascenso hasta la base de La Bayamesa, adonde llegamos a las siete y cuarenta y uno. Allí hicimos un alto para que José Julián y yo hiciéramos el “dos”. Luego, emprendimos camino rumbo al pico, adonde llegué de primero a las ocho y treinta y dos minutos. El ambiente en la cima era sumamente refrescante, y la vista también. Después de reagruparnos, nos repartimos la carga dejada allí el día anterior, salvo una bolsita con cemento y un pomo de cuatro litros de agua que llevarían los de atrás. Nos dimos un rato más en la cumbre y a las nueve y cinco partimos.
El pico La Bayamesa, el mayor de la provincia Granma, es una altura bicúspide. En el mayor, que marca una altura de 1730 metros sobre el nivel del mar, es donde se erige el monumento a Céspedes. Desde ese partimos en descenso por el firme que une a los dos picos y en la base dejamos el firme para comenzar a descender hacia la derecha por una ligera zanja abierta en la ladera, bajo una elevada vegetación arbórea. Por debajo de las copas, los helechos arborescentes adornaban el monte.
Íbamos buscando las marcas en los árboles que dejamos en nuestra anterior incursión en la zona, dos años atrás, pero también guiándonos por el instinto. Por eso cogí a la izquierda en un trillito que terminó pronto, mientras Rovic continuó por la zanja que ya había perdido definición. Todos continuamos por la ruta de Rovic, hasta que giramos a la izquierda siguiendo las marcas en los árboles. Comenzamos entonces un faldeo con bastante inclinación de la ladera, que le ponía tensión a nuestras pisadas. Buscábamos el firme que desciende del segundo pico que conforma el bicúspide de La Bayamesa, pues por él llegaríamos directo a adentrarnos en la Maestrica.
Siguiendo el faldeo, llegamos a un descenso abrupto de alrededor de un metro, que rebasamos sin accidentes. Después, continuamos faldeando con mucha inclinación, hasta que llegamos al firme y comenzamos a descender por él. La bajada se hizo larga, hasta que la inclinación cedió y comenzamos a avanzar por un terreno más allanado, aunque siempre por el firme. Yo buscaba un claro en el monte donde, en el año 2020, dejamos parte de la carga el día antes de poner la placa en el pico Maceo. Esta vez mi idea era dejar la carga allí, pues después de la pesquisa en busca del pico Martí, regresaríamos al lugar para acampar toda la tropa.
A las once y treinta y dos llegamos al claro y dejamos allí las mochilas, el agua y el cemento. Antes de continuar, tuvimos que esperar por José Julián y David, quienes se habían retrasado. A las doce y veintisiete partimos del claro en busca del pico Intermedio, al cual llamé así en el año 2020 porque sirve de entronque entre las rutas al pico Martí, por un lado, y a los picos Maceo y Céspedes por el otro.
Luego de andar un tramo más por terreno de poca pendiente, comenzamos el ascenso al Intermedio. A la una y cuarenta y siete nos detuvimos ya arriba, para explorar por qué lugar de nuestra izquierda entrar para buscar el firme del pico Martí. Todo el tramo del firme lo habíamos hecho siguiendo un trillo en el que de vez en cuando había que cortar algunas ramas que se interponían en el camino. De ahí en adelante nos tocaba abrir la maleza.
Los “abremonte” exploran. Osmani en primera plana, detrás Rovic y al final David.
Luego de analizar varias entradas al monte, nos decidimos por una cuando eran las dos y treinta y ocho de la tarde. Comenzamos entonces a bajar, pero el descenso era por una ladera, no por un firme, por lo que me empecé a preocupar. Nos estábamos abriendo paso entre una espesa maraña marcada por helechos arborescentes, tibisí y árboles caídos.
En nuestro trabajoso descenso, llegamos a una especie de hoyo y Osmani me propuso bajarlo, pero le dije que no tenía sentido porque no estábamos descendiendo por el firme. A las cuatro y veinte iniciamos el ascenso de regreso al firme principal con la convicción de haber gastado un tiempo infructuoso, porque no teníamos claro cómo acceder al firme del pico Martí. Pero la tarde avanzaba peligrosamente y había que hacer campamento.
A las cuatro y cuarenta y dos llegamos al firme y allí se nos unieron Adrián y Yanieyis, quienes habían partido del campamento de El Nueve como parte del grupo que se quedó haciendo el arroz. A las seis y un minuto llegamos de vuelta al claro, donde ya se encontraba el resto de la tropa con las tiendas de campaña armadas y con buena cantidad de agua, gracias en gran medida al esfuerzo de Adrián, quien cargó a la mitad mi tanqueta de catorce litros, y no la cargó completa por la presión que recibió del grupo para quitarle agua.
Acampada en el claro. Osmani y Alice.
Al reagruparnos le dije a la tropa que, al día siguiente, al menos, debíamos encontrar el firme del pico Martí para un posible nuevo intento. La posibilidad de llegar al pico en la ocasión se estrechaba, pues habíamos perdido prácticamente un día. En la búsqueda del Martí di como hora de regreso las dos de la tarde, pensando en que, si nos pasábamos de esa hora, sería muy difícil regresar al campamento de El Nueve, donde estaba nuestro único reabastecimiento de agua conocido.
Con el oscurecer el frío comenzó a subir de tono. Preparamos la carne de la comida en un calderito llevado por Amalia, repartí polvo de refresco para que cada uno se lo preparara a su gusto, y entonces, cada cual formó su tiroteo incluyendo al arroz cocinado por el grupo que salió más tarde de El Nueve. Sobre las ocho de la noche, sin gran cosa que hacer, nos acostamos con una gran incertidumbre en cuanto a alcanzar nuestro objetivo de colocar la placa en el pico Martí, pues habíamos perdido un tiempo precioso en esa jornada.
Martes, 27 de diciembre de 2022
A las cinco y media le di el de pie a la tropa en el día decisivo de la guerrilla. Para el desayuno, calentamos leche con chocolate, preparamos galletas con dulce de guayaba y completamos con churrupias de galletas.
A la seis y nueve minutos salimos seis macheteros a buscar el firme del Martí. Éramos los mismo del día anterior, salvo Adrián, quien sustituía a Anders. Los demás se quedaron en el campamento recogiéndolo todo para dejar las cosas listas de modo que, a la vuelta del pico, solo tendríamos que agarrarlas para seguir rumbo al campamento de El Nueve, donde pensábamos acampar esa noche.
Los “abremonte” recorrimos la parte allanada, subimos al pico Intermedio y, ya arriba, nos pasamos del firme del Martí, hasta que David me alertó que, si seguíamos llegaríamos al pico Maceo. Retrocedimos entonces y comenzamos a revisar hacia el este, en busca de una brecha que nos pusiera en la dirección del Martí.
A las ocho y diecinueve hallé por fin un trillito que enfilaba rumbo al pico anhelado. Avancé unos metros y me subí en una mata. David y Rovic me insistieron en coger a la derecha, pero yo les dije que desde la altura estaba viendo por la izquierda el firme buscado. Me bajé de la mata y comenzamos a descender los seis, tirando a la izquierda. Íbamos avanzando en la delantera Osmani y yo. Primeramente, caminábamos bajo sombras y sin mucha maleza siguiendo el trillo. El monte era húmedo y abundaba el helecho arborescente. David y Rovic iban dejando marcas en los árboles. Yo me volví a subir en un árbol y Osmani se trepó más alto en otro. Desde mi altura seguí viendo el firme por la izquierda.
Sandelis y David se orientan.
Más adelante se perdió el trillo, el avance se complicó por la maleza, y los machetes tuvieron que jugar un papel protagónico. Faldeamos hacia la izquierda buscando el firme y, con Osmani y yo en la delantera llegamos al borde de un desnivel de poco más de un metro de altura. Yo me tiré sin pensarlo, pero, cuando iba a seguir, Osmani me alertó que era necesario dejar alguna señal allí, pues a la vuelta podríamos no encontrar la continuidad por el desnivel. Entonces Osmani dejó un largo tronco recostado en el lugar, que a la vez facilitaría el descenso del resto de la tropa por allí.
Mientras Osmani, David, Rovic y yo seguíamos husmeando el trillo, Adrián lo reencontraba más a la izquierda y continuaba por aquella senda con la compañía de José Julián, quien iba despejando el camino con un machete, a la par de dejar marcas en los árboles.
Un poco después nos reencontramos los seis, y más adelante se nos unió el resto de la tropa, que había dejado recogido el campamento. Ya sobre el firme, seguimos adelante por un camino algo claro que a veces se perdía. Hacia la izquierda teníamos la gran bajada de una ladera, pero por la derecha podíamos ver otro firme cercano, una primera loma y una segunda algo más alejada, que parecía ser el pico Martí. David, con el GPS de su móvil, andaba atento al recorrido que íbamos haciendo.
Avanzando por una especie de vereda, llegamos a un lugar donde un árbol caído complicaba el paso. Logramos esquivar el obstáculo por la derecha y pudimos continuar hasta llegar a un entronque. En el lugar un camino bajaba por la izquierda, alejándose de la ruta correcta. Otro tomaba a la derecha entre arbustos, por un terreno allanado.
Siguiendo a la diestra, llegamos a un pequeño claro sobre el que quedaban indicios de una placa de concreto. Allí nos detuvimos. Algunos nos fuimos a explorar en dos bandos, y de la pesquisa acordamos treparnos en el firme de la derecha esquivando la primera loma que, según los mapas, era denominada Alto del Millón.
Avanzando entre helechos, seguimos un trillo hasta llegar a una antigua vereda que se había convertido en un helechal. Seguir por allí nos haría perder mucho tiempo. Decidimos bordearla por la derecha, pero sabiendo que para subir al Martí teníamos que pasarnos a la izquierda. Y eso hicimos, luego de vencer un tupido terreno cubierto de helechos que no dejaban ver el suelo.
En el helechal. En primera plana Osmani, detrás David y Sandelis.
Ya del otro lado nos topamos con un nuevo obstáculo, un ascenso vertical de casi dos metros de altura, que más bien parecía un túnel por el nudo de helechos que lo cubría por los lados. Con la ayuda de mi muleta, a la cual trabé en un tronco más arriba, pude subir. Los que íbamos llegando arriba, ayudamos a los demás.
Y allí, tras vencer la difícil barrera de helechos y el ascenso vertical, encontramos un camino claro que seguía la dirección del pico Martí. Pero eran las doce y treinta y siete. Si seguíamos loma arriba, incumpliríamos mi límite de las dos de la tarde para iniciar el regreso, lo cual prácticamente nos sentenciaría a no poder llegar en la jornada al campamento de El Nueve, y tener que volver a dormir en el claro del firme sin abastecimiento de agua y, sobre todo, tener que caminar de noche para regresar al claro. Nuestra mayor presión era la guarandinga que debía recogernos a las tres de la tarde del día siguiente en El Oro. Sacando cuentas comprendí que saliendo temprano en la mañana podíamos caminar desde el campamento del claro y llegar a El Oro antes de las tres; todo dependía de nuestro esfuerzo y resistencia a la sed, aunque en verdad nos quedaban unos cuantos litros de agua de reserva.
A esa hora, Amalia y yo teníamos un cargamento de entusiasmo por llegar al Martí y poner la placa, que era difícil detenernos. Amalia incluso me hablaba de poner después la placa en el pico Gómez, para lo cual no había ninguna posibilidad real. Pero el Martí estaba a la vista; solo había que subir, subir y subir.
A partir de la decisión de seguir, el avance se convirtió en una caminata desenfrenada por un camino que surcaba un hermoso bosque. Amalia y yo íbamos delante halando y halando. Los dieciséis que conformábamos la tropa andábamos casi al trote. La tarde avanzaba, pero el Martí se acercaba y ya no había marcha atrás.
A las tres y ocho minutos llegamos a la cima del pico Martí. Lo supimos porque terminó la inclinación del terreno. Como había poco espacio, despejamos a machete los alrededores. Luego escogimos un sitio para plantar la placa. Cuando Rovic comenzaba a abrir un hueco en el suelo, se aparecieron David y Osmani, quienes habían encontrado cerca un claro donde se hallaba una base de concreto destruida, que sirvió de soporte a una ausente placa que debió marcar geográficamente el lugar. Sin pensarlo, nos fuimos todos para allá.
En el nuevo lugar escogimos un sitio para plantar la placa, con gran vista a la serranía, y las manos de David y la ayuda de Rovic lograron asentarla bellamente sobre el terreno. Claudia sacó la placa de material sintético, en la que se podía leer el nombre del pico y la frase martiana “Subir lomas hermana hombres”. Los demás mirábamos las labores y el hermoso paisaje que nos rodeaba, con un éxtasis indescriptible. Al terminar la obra, Claudia grabó por detrás, oculto a primera instancia, el nombre de nuestro grupo. Sin tiempo que perder, nos juntamos para unas fotos, mostrando las banderas cubana, del 26 de Julio y de Mal Nombre en torno a la placa. Raine logró equilibrar su cámara fotográfica sobre una mochila y así pudimos entrar los dieciséis en el foco del lente.
Poniendo la placa sobre el pico Martí, David a la izquierda y Gabriela a la derecha, Rovic y Amalia al fondo.
El grupo frente a la placa en la cima del pico Martí.
A las cuatro y cuarenta y nueve de la tarde partimos de la cima, cuando la temperatura ambiente comenzaba a descender. Nada nos quitaría de encima el hecho de tener que caminar de noche. El reto estaba en que la oscuridad nos agarrara lo más avanzados posible. Si el ascenso al Martí fue casi al trote, el descenso fue corriendo. La velocidad de nuestras piernas por el terreno irregular tenía como sostén nuestro agarre de los árboles para evitar una caída.
Vencida la ladera llegamos al túnel de helechos, por el que me tiré de primero sin pensarlo. Gabriela me vio bajar como un cohete y se impresionó de la profundidad del hueco. Detrás de mí siguieron los demás como pudieron. Pasamos la densidad de helechos con la ventaja de tener una senda marcada por nosotros mismos y retomamos el trillo que nos llevó al claro de la antigua placa de concreto. Al cambiar de un firme para el otro, algunos nos enredamos buscando el camino en una subida, hasta que lo encontramos. Luego nos lanzamos por el firme que nos quedaba a la izquierda en la subida y, en lo que lo recorríamos, nos empezó a caer encima la noche. Con el avance de las penumbras, nuestro paso se hizo más lento, hasta que, ya completamente de noche, seguimos avanzando lentamente y juntos, pues teníamos pocas luces.
Así anduvimos más de media hora, hasta que David se detuvo y nos dijo –muy serio– que estábamos yendo en sentido contrario, según le indicaba el GPS en su móvil. Aquello cayó como una bomba. Yo no lo aceptaba así tan fácilmente. Gabriela dijo que le pareció haber pasado por un mismo lugar por segunda vez. Dayana se sumó a su criterio, otros seguíamos dudando, de modo que la incertidumbre se apoderó de la tropa. Pero David hablaba seguro.
Osmani y David comenzaron a explorar por la derecha. Los demás nos quedamos a la espera. Yo estaba en baja energética, con un hambre tremendo, por lo que no debía darme el lujo de gastar energías por gusto. Mirando a un cielo nublado, solo podía divisar un reflejo de luna entre las nubes y, por su posición hacia la derecha, me hizo pensar que David tenía razón, porque a la ida, me pareció que nos quedaba a la izquierda. Pero seguro, seguro, no estaba.
De los análisis que comenzamos a hacer dedujimos la causa de lo ocurrido. En nuestro descenso por la mañana en busca del firme del Martí, Adrián y José Julián se fueron por la izquierda y abrieron otro camino hasta que nos reencontramos. Lo que debía estar pasando era que estábamos caminando en el ruedo que formaban los dos caminos, incluyendo sus dos puntos de unión, sin hallar la continuidad en la subida. Por si quedaban dudas, José Julián y Rovic cogieron por el trillo que volvía en pos del Martí y al poco rato se aparecieron por donde un poco tiempo antes habíamos llegado al punto donde nos encontrábamos. Es decir, completaron el lazo. Pero, ¿y la continuidad? Una especie de pared de tierra se nos interponía en la subida.
Fue entonces cuando Osmani recordó aquel sitio por el que yo me había tirado en la mañana y donde él había dejado un tronco como señal para orientarnos a la vuelta. Ahí estaba el desnivel y ahí estaba el tronco puesto por Osmani. Mirando entonces sobre el desnivel, pudimos ver la continuidad del camino. ¡Eureka!
Poco a poco, subimos todos el desnivel y comenzamos a faldear hacia la izquierda. En un trance complicado se nos perdieron las marcas en los árboles y tomamos a la derecha cuando debíamos continuar el faldeo. Comprendiendo que no podíamos seguir aquel rumbo, nos detuvimos, buscamos las marcas y las hallamos. Después, el trillo abierto en la mañana nos enfiló por la ladera hacia arriba rumbo al firme del pico Intermedio.
Íbamos ascendiendo casi a oscuras por un bosque tenebroso, con hambre, sed y debilidad. Pero a más de 1500 metros de altura sobre el nivel del mar, sería una locura quedarnos a acampar allí mismo, sin nuestros pertrechos, es decir, sin cobija, sin ropa para el frío, sin comida y prácticamente sin agua. Así que no quedaba otra que caminar, caminar y caminar.
Paso a paso, fuimos venciendo metros y metros, hasta que logramos alcanzar el firme del pico Intermedio. Comenzamos entonces a desandar hacia la derecha el camino del firme en busca del campamento del claro. Íbamos en una hilera continua, de la que Anders y yo éramos los últimos. En un inglés chaporreado, yo iba conversando con el sueco sobre mis incursiones deportivas y él sobre las suyas. En el resto de la fila se escuchaban otras conversaciones, que nada tenían que ver con la situación que estábamos viviendo. Es increíble cómo en condiciones tan adversas la mente humana es capaz de volar y trasladarse a escenarios tan diferentes. Pues así andábamos de noche los dieciséis guerrilleros por aquellos vírgenes parajes de la Maestrica de los Libertadores.
Cuando faltaban cinco minutos para las diez de la noche, llegamos por fin al campamento del claro. Allí lancé una pregunta bastante complicada: ¿Nos quedamos a acampar aquí o seguimos para el campamento de El Nueve? Aunque a alguien le pueda parecer obvio que había que quedarse, las opiniones estuvieron divididas. No obstante, primó el consenso por volver a acampar en el claro.
A esa hora la prioridad era analizar con qué provisiones contábamos. Con el agua que habíamos cargado nos alcanzaba, pero para comer solo teníamos galletas, dulce de guayaba y refresco. Entre Amalia, las “tres Marías” y yo preparamos el menguado tiroteo. El apodo de las “tres Marías” se lo puse yo a Gabriela, Dayana y Marian, quienes andaban juntas en La Habana y también en la guerrilla. El refresco lo volví a dar en polvo para que cada cual se lo preparara. De ese modo, al acostarnos, al frío que iba in crescendo se le sumaba el hambre. Solo imaginar tan poca comida después de haber hecho un esfuerzo notable en toda la jornada. Pero el objetivo que nos llevó a la Maestrica de los Libertadores estaba cumplido; la placa descansaba sobre el pico Martí como homenaje al Héroe Nacional. Para la próxima jornada la incertidumbre estaba servida, pero de nuestro esfuerzo quedaba la posibilidad de coger la guarandinga en El Oro a las tres de la tarde.
Miércoles, 28 de diciembre de 2022
A las cinco de la mañana le di el de pie a la tropa, de modo que la recogida del campamento fue en plena oscuridad. A las seis y media partimos, recibiendo ya la incipiente claridad de la mañana y llevando en nuestros estómagos solo un poquito de leche en polvo mezclado con boronilla de galletas y azúcar.
Con buen paso, avanzamos por el allanado firme y luego la emprendimos cuesta arriba en busca del pico La Bayamesa. La trepada fue esforzada con tan poco en nuestros estómagos, y a las siete y veintidós llegamos a la cima. La belleza de la mañana a aquella altura nos reconfortó a todos y nos tomamos unas fotos para que quedara constancia.
A las siete y cuarenta y ocho partimos de la altura, dejando detrás a nuestro monumento a Céspedes. El descenso hasta la base se nos fue en quince minutos. Ya abajo, no perdimos tiempo y continuamos hasta el campamento de El Nueve, adonde llegamos a las ocho y treinta y uno. Allí nos regalamos un desayuno reforzado y recogimos los bultos que no llevamos a la exploración del Martí.
A la diez y treinta y siete minutos partimos de El Nueve, comidos y bebidos. El trayecto hasta el panteón de Pino del Agua Arriba lo hicimos con gran ritmo, gracias a la buena disposición de la tropa. A las once y veintidós llegamos al panteón y descansamos unos minutos. A las y treinta y nueve partimos como quienes estuvieran en una carrera contrarreloj. A las y cincuenta pasamos por el entronque a Manguito sin detenernos, para comenzar el inclinado descenso hasta Pino del Agua Abajo. En plena falda de la loma hicimos un alto, junto a una mata de naranja agria cargada de frutas, y Osmani se trepó en ella para “hacer zafra”, mientras esperábamos a los últimos. En ese tramo nos cruzamos con una lugareña que subía la empinada loma a buscar cobertura para hacer una llamada con su móvil. Y todavía nos quejamos en La Habana cuando no hay cobertura.
A la una y dieciocho llegamos los primeros a Pino del Agua Abajo. Al poco rato se apareció David con unos plátanos maduros que le había regalado Marcelino, un guajiro que tenía asentada su casa en el inicio de la subida. Después de comérnoslos y despedirnos de Alcibíades, partimos a recorrer los últimos tres o cuatro kilómetros que nos restaban para llegar a El Oro. Con la tropa algo dispersa, descendimos las pendientes que quedaban, hicimos los cruces del río y a las dos y veinticinco llegamos al destino fijado para coger la guarandinga.
Allí ya estaba el transporte a la espera. Aún faltaba tiempo para las tres de la tarde. No obstante, hablé con el chofer para decirle que nos íbamos a dar un baño en el río, porque era preciso mejorar nuestro porte y aspecto para aparecernos en las zonas urbanas por las que pasaríamos, que eran Guisa, Bayamo y Cacocum. Desde este último poblado tomaríamos el tren al día siguiente para regresar a La Habana.
Antes de ir al río volvimos a ver a Yamila y le dejamos algunos de los pertrechos que nos quedaron de la guerrilla. El baño fue más que reconfortante, a pesar de lo fría que estaba el agua. Al volver al terreno de pelota donde habíamos dejado las cosas, parecíamos otros. A las cuatro menos veinte partimos de El Oro.
Pero como “esto no se acaba hasta que se acaba”, las cosas se complicaron. Después de realizar uno de los múltiples cruces del río que hace el terraplén entre El Oro y El Plátano, ya en ascenso, nos topamos con un camión atravesado en sentido contrario que obstaculizaba la vía en una ladera peligrosa. Aquel camión se había roto en tan complicado lugar y el chofer, tratando de arreglarlo, se accidentó una mano de tal modo que parecía presentar fracturas en un dedo, además de habérsele rajado la piel en el lugar del golpe. Lo que le pudimos ver fue un trapo ensangrentado vendando su mano.
En aquellas condiciones la prioridad era asistir al hombre, y el puesto médico más cercano estaba en El Oro. Pues para atrás nos fuimos con el accidentado y su esposa de compañía, quedándose otros viajantes del camión roto para tratar de arreglarlo. Al llegar al poblado, el chofer, la esposa y algunos del grupo lo acompañaron hasta la posta médica que estaba en una casa a cierta altura. Allí se encontraba la doctora de la zona, quien lo atendió de inmediato.
Comenzó entonces una larga espera para los malnombristas. Teniendo ya nuestra guarandinga segura, realmente no estábamos tan apurados, porque el tren debíamos cogerlo en Cacocum a las cuatro de la tarde del día siguiente. Pero, qué comeríamos esa noche y dónde acamparíamos, a esa hora eran incógnitas.
Para nuestra salida de aquel atolladero se manejaban dos posibilidades. Una era que lo arreglaron los que se quedaron en el camión roto. La otra, que otro camión que debía venir en dirección a El Oro halara al averiado. Ante esas dos alternativas el chofer de nuestra guarandinga nos avisó para partir, nos subimos y salimos por segunda vez de El Oro.
Llegamos al cruce del río donde nos detuvimos la vez anterior y, ya allí, vimos como los que trataban de arreglar el camión habían logrado arrancarlo y llevarlo hasta el río, en un punto donde cabían dos carros. A las seis y veintidós, ya anocheciendo, partimos del lugar de manera definitiva. Con bastante hambre, sueño y cansancio, hicimos el largo y tortuoso recorrido que nos llevó de vuelta al poblado de Guisa, adonde llegamos faltando dos minutos para las nueve de la noche.
Ya en el poblado, nos fuimos para el parque principal a buscar algo de comer, porque a esa hora no salía nada para Bayamo. En la inspección que hicimos por las calles aledañas al parque visitamos dos paladares con precios carísimos, que ni soñar con comer en ellas. No obstante, David y Yanieyis lograron comprar algunas chucherías y nos fuimos entonces a pie para la terminal donde el salón estaba cerrado. Nos plantamos entonces al final de la larga nave que la conforma, en un pequeño espacio techado, con piso de losas y unos banquitos. Haciendo búsqueda de las provisiones que nos quedaban, hallamos unas churrupias de galletas y dulce de guayaba, las unimos a las chucherías y formamos un pequeño tiroteo para que algo cayera en nuestros estómagos. Después, nos tiramos en el suelo para regalarnos algunas horas de sueño.
Jueves, 29 de diciembre de 2022
A las cuatro de la madrugada me levanté y fui a marcar en una cola formada en el salón, que ya había abierto. Al saber que pronto saldría una guagua, desperté a la tropa. A las cuatro y cuarenta partimos para Bayamo, adonde llegamos aún de noche para montarnos en un camión que iba rumbo a Holguín. En la terminal bayamesa dejamos a los suecos y a Marian, porque ella no tenía pasaje de regreso en el tren. Una guagua ya había allí para partir a La Habana, pero aún les quedaría tiempo para que esta se llenara y pudiera salir. Los del camión llegamos a las seis de la mañana al poblado de Cacocum y nos bajamos.
Con el amanecer comenzó una larga espera en el poblado, pues el tren debía pasar por allí en horas de la tarde. Las casi seis horas de estancia en Cacocum transcurrieron recorriendo cuanto lugar hubiera donde pudieran vender algo de comer. Los más frecuentados fueron el boulevard, una casa frente al andén donde vendían clandestinamente pizzas y una calle con varios puntos de venta de productos agrícolas. Los lugares donde más estancia hicimos estaban aledaños al andén: el parque principal y el Joven Club de Computación y Electrónica. Estos dos sitios, además de vernos conversar en uno y practicar juegos electrónicos y cargar los móviles en el otro, nos vieron “pescar”, pues teníamos serias deudas con el sueño. En todo ese tiempo, los suecos y Marian, viajaban en guagua hacia La Habana. A las cuatro menos cuarto de la tarde partimos en el tren.
El resto de la jornada se nos fue tranquilamente en un coche sobre ruedas. La merienda vendida por la ferromoza vino muy oportuna a alegrar nuestros estómagos. A las once de la noche, cuando apagaron las luces, no quedaba otra cosa útil que hacer que dormir, teniendo en cuenta el gran sueño que teníamos y la poca sensación de llenura de nuestros estómagos.
Última foto en la terminal de La Coubre.
Viernes, 30 de diciembre de 2022
A las siete y cuarenta y seis minutos de la mañana llegamos a la terminal de La Coubre. Tras bajarnos del coche nos tiramos una foto de grupo. Al despedirnos, terminábamos una excursión de casi diez días de duración, que nos llevó a una de las zonas más aisladas y encumbradas de la Sierra Maestra: la Maestrica de los Libertadores. Llevada de la mano de la voluntad y el sacrificio, del frío y el hambre, la guerrilla nos permitió hacerle un esforzado homenaje a Martí, colocando una placa sobre la elevación que lleva su nombre, ubicada a 1722 metros de altura sobre el nivel del mar. Pero la Maestrica nos volverá a ver, pues el pico Gómez espera por su placa para homenajear al Generalísimo, porque Mal Nombre no para de subir lomas y hermanar hombres, como quedó plasmado en la placa del pico Martí.
FIN