Por Miguel Alfonso Sandelis
¡Y LO HICIMOS! No importó el supuesto domingo de descanso, ni la distancia hasta el Primer Anillo, ni el viento y las lomas en contra para los bicicleteros en la ida, ni las caminatas de más de Macu, Arlet y el Chaguito para encontrar el lugar, ni el ponche del muchacho de la moto, ni las odiseas en los PC de Ana Beatriz, Amalia y Crhisthian, ni los problemas en casa agravados en tiempos de crisis económica. Todo pasó a un segundo plano cuando agachamos los lomos y comenzamos a escardar los surcos del organopónico “CDR”, del Ejército Juvenil del Trabajo, para que en pocos días naciera un campo de tomates.
Sin levantar las espaldas, los temas políticos a debate, propuestos por Eduardo Fidel y Paulino, se desarrollaron con la misma intensidad con la que trabajábamos, yendo desde los avatares del nuevo gobierno de Guatemala, pasando por las idas y venidas de Argentina, la evolución de Zelaya en Honduras, hasta las nuevas medidas aprobadas por el gobierno cubano.
Un lugareño y dos jóvenes soldados juntaron sus manos a las nuestras en la tierra y por ellos conocimos de las necesidades de semillas que tienen en el organopónico, de que las semillas de tomate son buenas hasta la segunda siembra porque después crecen muy poco, de la tierra que tienen que traer desde San José para rellenar los canteros, de la afectación de las babosas a los cultivos y de las matas de orégano y albahacas que siembran al inicio de los canteros para ahuyentar las plagas. También nuestras manos supieron amargamente de las hormigas bravas, porque la tierra es su casa.
Así se nos fueron las horas bajo un sol semi-invernal, entre las nueve y las doce, a los catorce agricultores improvisados, que dejamos nuestros espacios citadinos para sumarnos al aporte en los surcos. Guiados por el principio de producir sin costos, fuimos por nuestros medios y llevamos nuestros almuerzos. No obstante, unos cocos donados no vinieron mal al término del trabajo, que no eran parte de la producción, con Alexis abriendo varios a mocha, Amalia improvisando picar uno con su tozudez mezclada de torpeza, y la joven y solidaria alemana Stefanie rajando otro de un tajazo.
Y aquellas fotos finales, de los excursionistas, los universitarios de la Universidad de la Habana y la CUJAE, los muchachos de los CDR, los conocidos de la peña de La Pupila Afilada y, en fin, los catorce atrevidos de un domingo de febrero del 2024. Y después, la partida de los botelleros y el almuerzo de los bicicleteros. Y los frenos de Gabi trancados, que Daniel subsanó, y el pedaleo de vuelta, ya con el aire y las lomas a favor.
Pero tan solo fuimos unos más. Como aquellos jóvenes de la UJC de La Habana, que de viernes a domingo laboran en tierras del Rincón. Como los del patio de Clara Rodes en Marianao. Como tantos organopónicos creados en tantos centros de trabajo y comunidades. Como otros tantos que aportan en empresas, talleres, escuelas centros de la salud, sin recibir a cambio la magnitud de su entrega.
Y hace falta que sean más, que seamos un ejército de productores, trabajando en un sinnúmero de campos de batalla empresariales y agrícolas y comunitarios y estudiantiles… Porque urge una ofensiva revolucionaria donde seamos más productores que espectadores.
Y así, cuando el próximo mes convoquemos a un nuevo Domingo Rojo, los catorce de ahora nos multipliquemos en decenas sobre un surco, una fábrica o donde reclame el esfuerzo.
Para que allí, donde había hierba, haya tomates.