El Cañón de Ayuda

El Cañón de Ayuda

Por: Sandelis

Lisandra fue quien tuvo la idea de ayudar en Pinar del Río a la recuperación por los daños causados por el ciclón Ian, al ver tanto cambia-cambia de la bicicletada a Santa Clara. Objeté que perderíamos mucho tiempo en ir y venir en bicicleta, como ella propuso, pero Roger dio la variante de ayudar a gente de la zona del Cañón del Santa Cruz, donde también el ciclón causó estragos. Allá estaba la casa de nuestro amigo Tomás y por aquella zona Roger y Elina habían comprado una casita que nos serviría de campamento en la primera noche. Al "Cañón de Ayuda", como denominé a la excursión, iríamos en camiones.

Tras lanzar la convocatoria por los espacios del Movimiento Cubano de Excursionismo, en las redes sociales, creé un grupo en WhatsApp para organizar la excursión. Dicha convocatoria fue del conocimiento de algunos estudiantes extranjeros que pasaban un semestre de clases en la Universidad de La Habana y el embullo entre ellos creció rápidamente.

Nuestra ayuda en la zona tendría dos aristas: trabajar en lo que hiciera falta y donar cosas que pudieran ser útiles. Para la donación lancé la convocatoria por el grupo de WhatsApp. También por esa vía informé el itinerario, el módulo de comida y cuadré un camión que nos bastaría para hacer el viaje.

Viernes, 28 de octubre de 2022

A las 4:20 de la tarde me aparecí en el puente de 100 y Autopista a Pinar del Río, diez minutos antes de lo previsto. Entre los extranjeros anotados en el listado de la excursión había un estadounidense llamado Jeremy, quien llegó con fiebre al punto de partida y tuvo que irse.

Esa tarde había un acto con marcha, desde la Plaza de la Revolución hasta el Malecón, con motivo del aniversario de la desaparición física de Camilo. Esto provocó que las vías de acceso estuvieran cerradas y, por consiguiente, que varios de los interesados en ir a la excursión tuvieran que esperar a que se reanudara el tránsito. Cinco de ellos quedaron varados en Carlos III y Jean Michel, el biólogo, en Calle G.

A las 6:10 de la tarde partimos, finalmente, después de que llegaran los varados. En el camión íbamos treinta y cuatro, y se nos debían sumar Roger y Elina, integrantes del grupo La Espina. Ellos nos esperarían en su casita, donde pasaríamos esa noche. La composición del grupo era bastante heterogénea. Del grupo Mal Nombre éramos nueve. Del grupo Escambray eran dos, ambos graduados de la facultad de Civil. Por el grupo Colín, de Biología, eran cuatro. También estaba Gabriela, de los Desacatados, y otros tres muchachos de diversas procedencias. Los extranjeros eran quince -siete de Estados Unidos, cuatro alemanes (dos de ellos del proyecto Tamara Bunke), una española, una de Djibouti, una de Inglaterra y uno de la India-.

Durante el recorrido en el camión recogí el dinero del viaje. Al entronque de San Cristóbal llegamos de noche, por lo que el tramo de carretera de montaña lo rodamos en la oscuridad de la Sierra del Rosario.

A las 8:00 de la noche llegamos al Alto del quiosco, como le dicen en la zona al entronque de la carretera de San Cristóbal con la intramontana, por existir un quiosco en el lugar. Allí terminó nuestro viaje en camión y le pagué al chofer. Después, caminamos unos cuatrocientos metros por la carretera intramontana, descendimos un corto trillo y llegamos a la casita de Roger y Elina, ubicada en una zona cercana al poblado de Cinco Pesos. Esta era de madera, sencilla, pintoresca y acogedora. Tenía un pequeño portal, la sala, la cocina detrás y un cuarto a la derecha.

Nuestros anfitriones nos recibieron, junto a un perrito llamado Potaje, y nos guiaron para atravesar la casa y agruparnos en un espacio abierto que había detrás y que tenía otra casita al final, donde vivía el padre de la familia que anteriormente era dueña de la casa. Ellos nos lo presentaron. El hombre, ya anciano, había perdido la visión y le cuidaba la casa a la pareja excursionista mientras ellos estaban en La Habana.

Comenzó entonces el arme de las tiendas de campaña en el espacio abierto, aunque algunos plantaron en el portal y otros en el interior, donde también se armaron tiendas de campaña ante la alerta de Roger y Elina de que no faltaría la compañía de ratones. Ya ubicados, cada cual sacó la comida que llevaba y se formó entonces un tiroteo informal.

Luego, nos reunimos en la sala de la casa, donde juntamos las cosas para donar. Primeramente, las clasificamos y después las agrupamos por familia. Entre las donaciones había juguetes, medios de enseñanza para los niños, medicinas y bastantes artículos de aseo. Terminada la organización de las donaciones, nos reunimos en el espacio abierto para socializar más entre la tropa y de paso, iniciar una tertulia sobre el comunismo, con protagonismo de Amalia y yo -ambos malnombristas-, y Kevin, un estudiante de la Vocacional Lenin, invitado por Amalia, quien  también era leninista. El debate tuvo lugar ante la mirada curiosa de los extranjeros, mientras todos sentían cómo la temperatura iba descendiendo en el elevado lugar montañoso.

Clasificando las donaciones.

Sábado, 29 de octubre de 2022

Terminada la tertulia, cada cual buscó su puesto para entregarse en los brazos de Morfeo cuando ya había pasado la medianoche.

La casita de Roger y Elina.

A las 6:30 de la mañana, aún en la oscuridad, sonó la alarma de Roger y comencé a darle el de pie a la tropa. Al despertar, algunos comentaron el fuerte frío que habían pasado en la madrugada.

En medio del ajetreo mañanero, llegaron los antiguos dueños de la

casa, quienes mantenían muy buena relación con Roger y Elina. Los acompañaba una niña sorda que vivía con su abuela. Amalia, David, Jean Michel y yo, preparamos el desayuno a base de galletas con dulce de guayaba, refresco y churrupias.

Después del tiroteo hicimos una reunión. Primeramente, cada cual se presentó ante el colectivo. Después, nos distribuimos en tres grupos para las labores que haríamos al día siguiente. Un grupo lo conduciría Roger y tendría la misión de trabajar en lo que fuera necesario para la familia de un vecino al que le decían Pupi. El otro, sería guiado por Elina y se encargaría de entregar las donaciones en la propia zona. El tercero lo comandaría yo y nuestra misión sería ayudar a la familia de Tomás, para lo cual nos dirigiríamos directamente a su casa. Cuando los dos primeros grupos terminaran sus labores, irían también para la casa de Tomás, donde haríamos la acampada y desde donde saldríamos el domingo para pasar el Cañón del Santa Cruz. El camión nos debía recoger del otro lado del Cañón para regresarnos a La Habana.

A las 9:24 de la mañana los tres grupos salieron a cumplir sus misiones. El piquete que yo conducía, luego de andar un tramo de carretera en dirección oeste, nos adentramos por el camino que conduce a la casa de Tomás. A diferencia de un mes atrás cuando anduve por aquellos lares en la excursión CUJAE-UH al Cañón, el camino estaba seco, libre de fango, lo cual nos facilitó un ágil avance. En un lugar de la segunda mitad del trayecto encontramos una gran

Quitando gajos del camino.

cantidad de gajos cortados con sierra sobre el camino y nos dedicamos a retirarlos de la senda. Un poco más adelante, un gran árbol entorpecía parte del camino y tuvimos que cortarle grandes gajos y echarlos para un lado. Esa operación nos tomó alrededor de media hora. Constatábamos así parte de los estragos causados por el ciclón en la zona, y contribuíamos también a la recuperación.

Luego vino el descenso hasta el río, el cruce de la corriente sobre piedras y la subida hasta la casa de Tomás, a donde llegamos a las 12:04 minutos de la tarde. Allí estaba Alexis, el hijo de Tomás, quien me recibió con los brazos abiertos. Su anciano padre continuaba en el poblado de San Cristóbal, recuperándose de un problema en una rodilla. Mi amistad con Tomás databa del año 2007.

Delante el secadero de café, la casa de dormir al fondo, con el portal sin techo, y la cocina a la derecha.

La casa con la cocina, la casa de dormir con el secadero de café delante, y otra casa unas decenas de metros alejada, formaban parte del panorama que se abría ante nosotros, en el que la impresionante peña en la altura le daba el toque más descollante. A la casa de dormir le falta el techo del portal, porque el ciclón se lo llevó.

Sin quitarnos el polvo del camino, preparamos un tiroteo que tenía por menú trozos de barras de maní y de plátanos maduros, además de café.

Los plátanos y el café nos los donó Alexis. Al propio Alexis le pregunté en qué podíamos ser útiles. Ante su reticencia, le tuve que decir que nosotros habíamos ido a eso, a ayudar a recuperar la zona de los daños del ciclón, y le recordé cuán solidarios han sido él y su padre cada vez que he acampado con un grupo allí.

Nos dio entonces, Alexis, como primera tarea, despejar de piedras el camino que une el río con su casa. Dicho camino tiene al borde una ladera de la que van rodando con el tiempo las piedras y lo minan. El trabajo lo hicimos desde el río hasta la casa. La mayoría de las piedras tenían un color blanquecino. Alexis y un hombre que trabajaba con él se enfrascaron con nosotros en despejar el camino.

Limpiando de piedras el camino al río. Alexis en primera plana.

Terminada la primera labor y ante mi insistencia para seguir trabajando, Alexis nos propuso despejar el camino que va desde su casa hasta un sembrado que tenía en la altura. Sin perder tiempo, partimos a nuestra próxima tarea.

Con Alexis guiando, tomamos el camino del Cañón, pero pronto lo dejamos para comenzar a subir. Un perro de Alexis nos acompañaba. Al principio íbamos despejando ramas tiradas sobre el camino. Gabriela y yo andábamos en shorts y sufrimos arañazos y picadas en nuestras piernas por la osadía. Más arriba nos tropezamos con un árbol caído sobre el camino y tuvimos que fajarnos con él. Unos despejaron del lado en que llegamos y otros pasamos al otro lado para ir ablandando la madeja de troncos y ramas que obstaculizaban el paso. Después de dejar limpiar la senda, seguimos la marcha hasta dar con otro árbol que nos tomó unos minutos en desbrozar.

Despejando el camino al sembrado.

Más adelante, llegamos a una tupición de ramas en un sitio donde había un desnivel que subir. Esto requirió de nuestra paciencia para desentrañar el nudo. Después de abierto un boquete, fuimos trepando uno a uno.

Unos metros más de avance nos pusieron delante de un enorme jagüey atravesado, que tenía un tronco de alrededor de metro y medio de ancho. Para cortar aquello se necesitaba una sierra que no teníamos y ya eran las 3:30 de la tarde, hora fijada por mí para regresar, pues nuestro grupo debía cocinar para toda la tropa.

Desde donde nos detuvimos escuchamos los ladridos del perro, algo arriba, por la ladera derecha, y Alexis nos anunció que estaba ladrándole a una jutía. Algunos fuimos a presenciar la escena. El perro miraba hacia la altura de un gran árbol que tenía un hueco en un entronque de gajos, donde presumiblemente se ocultaba la jutía, pero no la pudimos ver, y regresamos al camino. Allí, Gabriela y Amalia habían pasado con trabajo hasta el otro lado del jagüey, pero cuando quisieron regresar, se las vieron difícil para pasar por encima del tronco. Según Alexis, estábamos a unos doscientos metros del sembrado, pero ya era hora de regresar.

La vuelta atrás fue rápida con el camino despejado y en bajada. Al llegar al campamento, vimos a una pareja que estaba de excursión en la zona. Él era un barcelonés llamado Pol, que medía dos metros de altura. Ella era una joven espirituana.

Sin que hubiesen llegado los otros dos grupos, con Gabriela y yo al mando, comenzamos a cocinar arroz amarillo en la casa de la cocina. Jean Michel y otros biólogos se embullaron a explorar una cueva que había por la zona. Antes de partir, Jean Michel me preguntó si no había problemas con que fueran; le dije que no. Otros del grupo fueron a bañarse al río.

Al rato de estar Gabi y yo metidos en la cocina, ella me preguntó si había visto a Amalia. Realmente era extraño que Amalia no estuviera con nosotros en la cocina, le dije que tal vez estuviera bañándose en el río. Amalia era una adolescente y yo sentía una responsabilidad por ella, incluso ante su madre. Por eso nos fuimos Gabi y yo a buscarla al río, pero allí no estaba. La conclusión era que se había ido a explorar la cueva con los biólogos, pero si fuese así, hizo mal por no decírmelo. Al final, eso fue lo que ocurrió y cuando regresaron los exploradores, Amalia fue directo a verme, aunque no me dijo nada. Yo, calmado, le analicé la situación para que aprendiera de la experiencia.

El grupo que dirigió Roger había llegado en la mañana a la casa de Pupi. Sobre los cafetales del campesino el ciclón derribó seis matas de mameyes y la casa de la familia sufrió afectaciones. La labor de los excursionistas era cortar los gajos a las matas y apilarlos en una orilla del sembrado de café. Los troncos más gruesos los cortaban con hacha y los demás con machetes. El trabajo se dificultaba porque aquellos árboles viejos eran muy frondosos y, al caerse, formaron un reguero de gajos alrededor del tronco principal, a lo cual se le sumaba la inclinación del terreno. Al terminar con el primer árbol caído, los guerrilleros recibieron el aliento de unos buches de café. Después, siguieron desbrozando mata a mata, hasta pasadas las dos de la tarde, cuando ya hambrientos y cansados tirotearon el maní del mediodía, unas galletas con dulce de guayaba y refresco instantáneo. Pero la verdadera sensación fueron unas yucas con mojo, unas empellas de puerco y unos boniatos fritos ofrecidos por los anfitriones, además de más buches de café.

De estas delicias disfrutaron también los integrantes del grupo que llevó las donaciones a las casas, quienes llegaron a los predios de Pupi contando hermosas anécdotas de sus vivencias. Hablaron de la reacción de los niños al recibir los juguetes, de cómo uno empezó de inmediato a jugar con un avión, mientras otro fue más tímido al recibir la donación. Comentaron también las difíciles condiciones en que vivían la niña sorda y su abuela.

Terminada la estancia en la finca de Pupi, los dos grupos se fueron para una zona cercana conocida por El Loro, a visitar la casa de un campesino llamado Carlos. Allí la estancia fue corta, pero matizada también por unos buches de café, la entrega de la donación y muchos sentimientos de amistad. Luego partieron para la casa de Tomás, a donde llegaron a las 6:10 de la tarde.

A esa hora aún estábamos enfrascados en la cocina. Ya de noche, formamos el tiroteo del arroz amarillo con carne en salsa y refresco. Después de comer, se hicieron dos círculos de conversaciones que duraron hasta un poco más de las 11:00 de la noche, cuando nos acostamos. La próxima y última jornada nos reservaba el paso del Cañón del Santa Cruz.

Domingo, 30 de octubre de 2022

En la cocina, ya de noche.

Aunque puse la alarma de mi móvil para las 7:00 de la mañana, no la escuché y comencé a despertar a la gente a las 7:07 minutos. Comenzó entonces una recogida bastante lenta, a la par de la preparación del desayuno, en medio de una densa neblina que inundaba toda la zona del campamento. La lentitud estaba dada porque no teníamos mucho apuro, pues el Cañón debía estar bastante seco, lo que facilitaba su paso, además de que no éramos muchos.

 

Amanecer con neblina.

Después de repartir el desayuno, terminamos la recogida y nos despedimos de Alexis, quien me alentó a visitar a su papá en San Cristóbal y me dijo la dirección de donde estaba.

A las 10:02 minutos partimos en dirección al Cañón, con Rovic, Amalia y Gabriela haciendo la función de retaguardias. Primeramente, bajamos hasta el río y lo cruzamos sobre piedras. Después, caminamos un tramo por la orilla izquierda e hicimos un segundo cruce. Luego cortamos camino por un bosquecito y volvimos a atravesar la corriente. Más adelante, llegamos a una poceta donde se formó un baño colectivo, donde el mayor atractivo fueron las tiradas desde lo alto de una roca, y el frío del agua el mayor sufrimiento.

Uno de los cruces del río.

Continuando la marcha, pasamos a la derecha para atravesar por esa orilla el lugar conocido como La Piscina, donde avanzamos caminando con cuidado sobre las rocas de la ladera.

Un poco más adelante, apareció el emblemático paso conocido como Quitacalzones, donde se forma una especie de embudo entre dos laderas rocosas. Allí saqué el colchón inflable que yo llevaba para pasar las mochilas.

Lo inflé y organizamos una cadeneta para llevar las mochilas al agua. Pasaron los primeros a nado, montamos las primeras mochilas sobre la balsa y entonces fui empujando el colchón inflable por el agua hasta el otro lado, donde los que allí estaban las descargaron. Me subí entonces sobre la balsa y regresé braceando de prisa hasta el inicio del paso. Esta operación se repitió varias veces hasta que todas las mochilas estuvieron del otro lado. A la par, los demás iban venciendo el paso a nado. Los últimos cruces los hice temblando de frío, al punto de llegar a pensar que alguien me reemplazara, pero pude terminar con el paso de las últimas mochilas antes de tomar esa decisión.

Roger y Elina no cruzaron, pues allí terminaba su viaje con el resto de la tropa. Ellos volverían a su casita ubicada en la zona de Cinco Pesos. Antes de partir, Roger nos tomó varias fotos desde la orilla en la que estaba.

Después de Quitacalzones, Jean Michel y Mario, ambos biólogos, asumieron la retaguardia. Su tramo fue corto porque llegamos pronto a la Cueva del Indio, donde el lecho del río ya no estaba lleno de agua -solo se apreciaban unos charcos-, pues en época de sequía este corre solo subterráneo hasta unos pocos cientos de metros antes de la salida, donde emerge nuevamente sobre la superficie.

En las cercanías de la Cueva del Indio.

Cuando llegué a la cueva, los primeros ya estaban tiroteando el maní, pero de manera algo descentralizada, lo cual critiqué, pues de ese modo no se aseguraba la repartición pareja de los trozos. Cuando seguimos la marcha, tomaron la retaguardia los ingenieros civiles Yasiel y Rigoberto, ambos integrantes del grupo Escambray.

Vino entonces un largo tramo caminado por el seco fondo del Cañón, donde estuvimos rodeados por enormes farallones que se nos encimaban, para asombro y admiración de la mayoría que recorría por primera vez el espectacular accidente geográfico. Cuando reapareció el agua bordeamos el río, unos por la derecha y otros por la izquierda.

Faltando tres minutos para "la hora en que mataron a Lola", llegamos al final del Cañón. Allí se organizó un nuevo baño colectivo, esa vez con un gran relajamiento de la tropa, pues nos sobraba tiempo para coger el camión que nos llevaría de vuelta a La Habana, que sería el mismo transporte de la ida. A las 4:00 de la tarde partimos del Cañón. Subimos una corta, pero fuerte pendiente, pasamos junto a una casa, tomamos un terraplén y lo seguimos hasta llegar a la casa de la cantera, donde debía recogernos el transporte.

Baño colectivo al final del Cañón.

A las 4:30 de la tarde llegó el camión justo en tiempo, nos montamos y partimos. Salimos a la autopista y seguimos por ella hasta el puente de San Cristóbal, donde doblamos a la derecha para visitar a mi amigo Tomás. Un error en la dirección nos llevó a perder tiempo averiguando en una calle equivocada, hasta que rectificamos la ruta y nos aparecimos, por fin, en la casa de mi viejo amigo. Allí estaba él con su esposa y nos dimos un fuerte abrazo. Él saludó al resto de la tropa, nos tomamos unas fotos colectivas, nos despedimos y seguimos viaje. El resto del trayecto transcurrió de manera sosegada.

A las 6:19 de la tarde llegamos al puente de 100 y Autopista a Pinar del Río, donde terminaba nuestro viaje. Al partir de allí, cada uno por su lado, dejábamos atrás un fin de semana de nuevos amigos, de lazos humanos hechos sin fronteras de naciones ni idiomas. Y dejábamos un pedazo de la Sierra del Rosario que fue duramente golpeada por el huracán Ian. Pero nos íbamos con el aliciente de haber ayudado a aquella gente humilde y virtuosa con la que compartimos de la mejor manera que pueden hacer los seres humanos: con la amistad como bandera.

Foto del grupo con Tomás.

FIN